Coro Villamudria Sánchez había nacido en San Sebastián. Tenía 17 años y estudiaba tercero de BUP en el Instituto de Bidebieta, próximo al lugar en el que residía antes del primer atentado que les obligó a cambiar de domicilio. Sus compañeros del Instituto contaron a El Diario Vasco que siempre ponía su nombre con "K", Koro. La joven, según sus familiares, deseaba ser policía como su padre y había comprado ya los temarios para prepararse el examen de ingreso a la Academia de Policía. Por ello, las honras fúnebres se celebraron como si la joven fuera agente de policía. Sus restos mortales fueron enterrados en Camuñas (Toledo), localidad natal de su madre. Con el asesinato de Coro, ETA elevaba a 15 la cifra de niños y jóvenes asesinados desde 1960, además de haber causado heridas de diversa consideración a decenas de menores en diferentes atentados.
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lunes, 15 de abril de 1991
Coro Villamudria Sánchez
Poco antes de las ocho de la mañana del 15 de abril de 1991, el policía Jesús Villamudria Lara se disponía a llevar a sus cuatro hijos al colegio y al instituto. Coro y Josune, gemelas de 17 años -que iban al instituto de Bidebieta-, Luis, de 15 -alumno de los Maristas de Champagnat- y Leire, de 12 -colegio Eucarístico San José-. Todos, menos Coro y su padre, estaban ya dentro del coche, pese a que el padre les dijo que no se metieran en el vehículo hasta que mirase los bajos, por si había algo.
En el momento en que Coro cerró la puerta, la vibración provocada por el golpe activó el mecanismo de iniciación de la bomba-lapa compuesta por tres kilos de amonal y colocada en la parte delantera del coche. La bomba provocó heridas mortales a MARÍA DEL CORO VILLAMUDRIA SÁNCHEZ, y heridas graves a su padre y a sus tres hermanos. Luisa Sánchez, la madre, lo vio todo desde el balcón de su casa, donde estaba despidiendo a la familia.
En los minutos que siguieron a la explosión se sucedieron en torno a las víctimas escenas de horror. La situación, vista por muchos escolares de la zona, era dantesca. Los cuerpos de los cuatro hermanos y su padre sobre el asfalto y atrapados entre el amasijo de hierros del coche. Coro y Leire, gravemente heridas. El joven Luis, despedido a 15 metros de donde se encontraba el vehículo, y la madre, Luisa, que en medio de una fuerte crisis nerviosa, no paraba de repetir entre sollozos "¿por qué les han hecho esto?".
Roberto Pascual, por entonces escolar y testigo de los hechos, contó años después cómo lo vivió: "Yo iba al instituto aquella mañana con un amigo escuchando música cuando de repente, a menos de 20 metros de nosotros, estalló la tragedia. Recuerdo que dejé mi mochila y me metí entre el humo sin saber por qué (...) Recogí al hermano del suelo y lo llevé a un portal para que le atendieran y que no viera aquello. Pero lo que más recuerdo es a la madre que bajó en bata a la calle gritando desesperada. Han pasado muchos años y muchos atentados más, pero aquel no lo olvidare jamás. Tengo 36 años y mientras viva no olvidaré el ruido, el silencio, el olor".
Coro falleció en la Residencia Sanitaria de San Sebastián dos horas y media después de haber ingresado. De los otros hermanos, la que estaba más grave era Leire, de doce años, que sufrió "politraumatismo, fractura de ambas piernas, heridas faciales, hematomas palpebrales y cuerpos extraños en sacos conjuntivales".
Jesús Villamudria, de 46 años y natural de la localidad burgalesa de Arlanzón, llevaba 21 años destinado en el País Vasco. Él y su familia habían sufrido dos atentados previamente perpetrados por ETA con granadas contra el inmueble en el que vivían en el barrio de Txintxerpe, en noviembre de 1990 y febrero de 1991. El ataque sepultó a Coro bajo cristales y escombros mientras dormía, aunque resultó ilesa. Debido a la tensión a la que estaba sometida la familia, Jesús pidió el traslado a otra provincia, aunque se le denegó porque el atentado no había sido selectivo contra él. Tras el asesinato de Coro fue destinado inmediatamente a Castellón.
Las reacciones al atentado no se hicieron esperar. "Siento vergüenza y ganas de llorar", comentó el lehendakari, José Antonio Ardanza, quien criticó duramente el doble lenguaje de ETA al pedir la negociación poniendo cadáveres de niños encima de la mesa.
Herri Batasuna, con su cinismo habitual, exigía al Gobierno que adoptara "los gestos requeridos" por ETA para reemprender las "conversaciones políticas", al tiempo que "lamentaba" (pero no condenaba) la muerte de la joven.
El delegado del Gobierno en el País Vasco, José Antonio Aguiriano, que hablaba el día anterior al atentado de una posible amnistía para los presos de ETA con delitos de sangre - "con el cese definitivo de la violencia todo es posible", había dicho-, expresaba tras el atentado su indignación e indicaba que "nunca podrá haber amnistía para los autores de un atentado" como el de Coro.
Los terroristas sabían perfectamente que ese vehículo lo utilizaba diariamente Jesús para llevar a sus hijos al colegio. La banda asesina asumía días después, en un comunicado publicado en el diario Egin, siete atentados, entre ellos el asesinato de Coro. En el mismo aclararon que no querían matar a la joven, sino a su padre, Jesús Villamudria. Y como habían hecho antes con aquellos atentados que provocaron especial rechazo social, la banda asesina intentó autoexculparse culpando al padre de la muerte de su hija porque "se sirvió de su familia como de un escudo". El comunicado de ETA añadía que "Coro Villamudria quería ser policía". Sobran los calificativos.
La capilla ardiente por Coro Villamudria quedó instalada por la tarde en el Gobierno Civil de Guipúzcoa y los funerales se celebraron al día siguiente en la Iglesia de la Sagrada Familia. Más de cinco mil personas recorrieron San Sebastián al día siguiente convocados por el Ayuntamiento.
Los autores del atentado no han sido juzgados. Supuestamente fueron los miembros del grupo Donosti de ETA José Joaquín Leunda Mendizabal, Francisco Javier Iciar Aguirre y Juan Ignacio Ormaechea Antepara, que resultaron muertos en agosto de 1991 en una gran operación antiterrorista de la Guardia Civil. A alguno de los fallecidos se le considera también autor, entre otros, del asesinato del coronel Luis García Lozano, el 2 de enero, y del guardia civil Luis Aragó Guillén, el 16 de marzo.
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Es fundamental recordar y honrar a todas las personas que perdieron la vida o resultaron afectadas por los actos violentos perpetrados por ETA. Cada una de estas víctimas merece nuestro respeto y solidaridad.