A las dos de la tarde del 5 de noviembre de 1983 la banda terrorista ETA asesinaba a tiros en la localidad guipuzcoana de Villabona a MANUEL CARRASCO MERCHÁN. Aunque dos años antes un dirigente de la banda había pedido información sobre Manuel Carrasco Merchán a un colaborador de ETA que residía en la localidad, ese día la víctima fue asesinada por casualidad. Manuel salió a las 14:00 horas del bar ubicado en el Hogar del Jubilado y tuvo la mala suerte de pasar por delante de una vivienda donde estaban escondidos varios miembros de ETA que lo reconocieron, lo siguieron durante un trecho y le dispararon a quemarropa, huyendo a continuación en un vehículo donde les esperaba un tercer terrorista. Fue alcanzado por seis impactos en la cabeza y en el tórax que le provocaron la muerte casi en el acto. En el lugar de los hechos se recogieron once casquillos del calibre 9 milímetros parabellum, marca SF.
La madre de Manuel, que estaba en su domicilio, pudo ver parte del atentado desde la ventana del mismo. Su padre bajó rápidamente a la calle y, hasta que el juez ordenó el levantamiento del cadáver, estuvo abrazado a él.
ETA reivindicó el atentado mediante llamada al Diario Vasco indicando, además, dónde habían dejado abandonado el vehículo utilizado para huir.Manuel Carrasco Merchán, obrero en paro de 27 años de edad, al que no se le conocían vinculaciones políticas de ningún tipo, era natural de Higuera de Vargas (Badajoz), pero desde niño vivía en el País Vasco, adonde sus padres emigraron instalándose en Villabona. Un año antes de ser asesinado, Manuel Carrasco había contraído matrimonio con Esther Pintado y se había trasladado a vivir al caserío Ugareberri en Asteasu, próximo a Villabona, donde seguía teniendo a parte de sus amigos y a sus padres, por lo que era frecuente que se trasladase a la localidad. La primera hija del matrimonio, Estíbaliz, había nacido dos semanas antes de que Manuel fuese acribillado a tiros por la banda terrorista. Esther tenía entonces 24 años y se quedó "sola", "sin ayudas" y sintiendo el "rechazo" de buena parte de los vecinos de Asteasu, como contó en el Parlamento vasco en abril de 2008, con motivo de la inauguración de una escultura en memoria de las víctimas (El Correo, 12/04/2008). Su historia es una más de esas historias de desamparo y soledad en la que han vivido, o sobrevivido, las víctimas de ETA. En mayo de 2008 relató a El País cómo cambió su vida de la noche a la mañana, y con una niña de quince días a la que sacar adelante:
Tuvo que ver la cabeza destrozada de su marido para convencerse de que le habían asesinado. Y hoy todavía espera que le den una explicación los dos amigos que le acompañaban aquel sábado a mediodía en un bar de Asteasu y que desaparecieron tras el atentado. "No dieron la cara. Se largaron en horas, sin despedirse. Les he buscado por Internet, pero no he logrado nada". "Se me cortó la leche del impacto", recuerda. Se quedó sin marido, sin dinero, sin amigos, y bajo la sospecha de que "estábamos metidos en algo". Ayudada por sus padres, pagó el funeral y la lápida para enterrar a su marido. Consiguió una pensión mínima y una casa que le dejó una amiga. Al año del asesinato, una mujer del pueblo le espetó: "Y tú, ¿por qué no te vas?". "Yo me decía: seguiré aquí. Mi hija es de aquí y va a seguir siendo de aquí. No tengo porqué marcharme de este país, donde vine siendo muy pequeña, y dejar a mis padres y mi familia. No he hecho nada. Quiero demostrar que no estoy metida en nada y soy una persona como las demás".
Ha vivido estos 25 años en un feudo de Batasuna y cree que el actual alcalde, aunque del PNV, "no será capaz de hacer un homenaje a mi marido, como es su deber según la ley". Su hija Estíbaliz ha estudiado en la ikastola y convive con naturalidad con jóvenes radicales. ¿Guarda rencor? "Ella haría lo que fuera por preguntarle al asesino de su padre por qué le disparó", responde. Ella sí que le ha seguido la pista desde su detención en Francia y sabe que sigue en la cárcel. "Si me lo cruzara en la calle, le reconocería con mirar su cara". (El País, 18/05/2008).
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Es fundamental recordar y honrar a todas las personas que perdieron la vida o resultaron afectadas por los actos violentos perpetrados por ETA. Cada una de estas víctimas merece nuestro respeto y solidaridad.