A las ocho y media de la mañana del 4 de noviembre de 1982 dos miembros del grupo Argala de ETA ametrallaban en Madrid al general de División VÍCTOR LAGO ROMÁN y al conductor de su vehículo, el soldado Juan Carlos Villalba González.
El general se dirigía en el vehículo oficial al cuartel general de la División Acorazada de Brunete en las afueras de Madrid. Al salir del domicilio, en la calle Santa Engracia, el soldado puso el banderín con las dos estrellas correspondientes al cargo de general de División de su ocupante. Cuando circulaban por la avenida de los Reyes Católicos, cerca de la Ciudad Universitaria, una moto de gran potencia ocupada por dos terroristas se colocó en el lateral derecho del vehículo oficial y uno de ellos empezó a disparar con un subfusil. El general falleció en el acto, alcanzado por varios disparos en la cabeza, mientras que el conductor, que dio un volantazo hacia la izquierda cuando empezaron a disparar, quedó gravemente herido con una herida en la frente. Alrededor del vehículo se recogieron unos veinte casquillos de bala del calibre 9 milímetros parabellum.
Los terroristas habían elegido cuidadosamente un punto del itinerario de Víctor Lago Román que ofrecía varias posibilidades de huida: hacia la Ciudad Universitaria para volver al centro, hacia la propia carretera de El Pardo, hacia la autopista de La Coruña o hacia el Puente de los Franceses.
Varias personas, entre ellas una doctora, se acercaron al vehículo. Pese a que el general Lago Román presentaba claros síntomas de haber fallecido, la doctora lo trasladó en un taxi a la Clínica de la Concepción, muy cerca del lugar del atentado. El parte clínico difundido a primera hora de la tarde por la dirección del hospital precisaba que el general había ingresado ya cadáver en el hospital a las 8:40 horas. Según fuentes de la citada clínica, el general presentaba de seis a siete impactos de bala en la cabeza, todos ellos mortales.
Juan Carlos Villalba, el soldado conductor, de 22 años y natural de Oviedo, también ingresó en el hospital con herida de pronóstico grave por arma de fuego en la región occipital. A pesar de la herida, pudo comentar que les ametrallaron "desde una moto dos chicos vestidos de anorak que se acercaron a nosotros por la derecha. La moto se puso a nuestra altura y los jóvenes dispararon dos o tres ráfagas de metralleta. Al ver que iban a disparar, sólo tuve tiempo de dar un volantazo hacia la izquierda y agachar la cabeza".
La capilla ardiente quedó instalada a primeras horas de la tarde en el Cuartel General del Ejército, donde a las seis de la tarde se celebró una misa por el jefe de la unidad, a la que sólo asistieron los familiares más allegados. A las once de la mañana del día siguiente, 5 de noviembre, se celebró una misa de cuerpo presente, tras la cual los restos mortales del general fueron trasladados a Puentedeume (La Coruña), para ser inhumados.
La presidencia oficial del funeral la integraban el ministro de Defensa, Alberto Oliart; el presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor (PREJUJEM), Álvaro Lacalle Leloup; los Jefes de Estado Mayor del Ejército (JEME), Ramón Ascanio y Togores; de la Armada (AJEMA), Saturnino Suanzes de la Hidalga, y del Aire (JEMA), Emilio García Conde y el capitán general de la 1ª región militar (Madrid), Ricardo Arozarena Girón. No asistió el presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, pese a que estaba previsto.
El estamento militar recibió con pesar e indignación el asesinato de Víctor Lago, un general que gozaba de gran prestigio por su valía profesional, su autoridad moral y su indiscutible apuesta por la legalidad. El asesinato del general Lago Román fue calificado como el más grave hasta ese momento desde el perpetrado contra el presidente del Gobierno, el almirante Luis Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973. Víctor Lago Román era el jefe de la unidad de intervención inmediata más importante del Ejército español, la División Acorazada Brunete, que tenía sus cuarteles en la periferia de Madrid. El atentado tuvo un gran impacto político, no sólo por el prestigio del general asesinado, sino por el momento elegido, apenas una semana después de que el PSOE ganara las elecciones del 28 de octubre y cuando Felipe González, presidente electo, no había tomado posesión oficial de su cargo.
El 5 de noviembre ETA reivindicó el atentado mediante una llamada telefónica al diario Egin, de San Sebastián. En 2006 la Audiencia Nacional condenó a sendas penas de 50 años de prisión a Henri Parot y Juan Lorenzo Lasa Mitxelena, alias Txikierdi. El chófer del general declaró en el juicio que a la altura del Arco de la Victoria los terroristas, en moto, se acercaron al coche oficial y dispararon contra ambos: "Me sorprendió ver una moto a toda velocidad que se acercaba a nosotros. La vi por el retrovisor y se puso a nuestra altura. Iban dos personas con cascos integrales. Los miré fijamente y mi general también. Sin moverse se pusieron a disparar por ráfagas muy cortas, aunque a mí se me hicieron eternas".
Víctor Lago Román, de 63 años, era natural de Carballino (Orense). Estaba casado y tenía ocho hijos. Vivía con su mujer y la única hija que no se había casado. Ingresó en el Ejército como voluntario en 1936, cuando tenía sólo 17 años. Fue oficial de la Legión hasta que, en 1972, ascendió a coronel. Formó parte de la División Azul y participó en las campañas de Ifni y del Sáhara. Estuvo al frente del Regimiento Wad Ras, integrado en la División Acorazada Brunete. Cuando ascendió a general, fue puesto al frente de la BRIDOT, las Brigadas de Defensa Operativa del Territorio de Madrid. En octubre de 1981 fue nombrado gobernador militar de Madrid y en diciembre ascendió a general de División, al frente de la División Acorazada Brunete. El día de su asesinato no llevaba escolta, según su costumbre. Alguna vez había confesado a uno de sus amigos que prefería ir solo: "Si vienen por mí, que vengan; no tengo miedo, pero no quiero que muera nadie más", había dicho.
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Es fundamental recordar y honrar a todas las personas que perdieron la vida o resultaron afectadas por los actos violentos perpetrados por ETA. Cada una de estas víctimas merece nuestro respeto y solidaridad.