Antes de las nueve de la mañana del 16 de julio de 1982, la banda terrorista ETA asesinaba a tiros en el barrio de Algorta de Guecho (Vizcaya) a ALBERTO LÓPEZ-JAUREGUÍZAR PONCELA, apoderado de Tabacalera en las oficinas de Bilbao y militante de Alianza Popular.
Ese día su mujer, María Victoria Vidaur, y sus cuatro hijos se iban de vacaciones y Alberto quería hacerle una revisión al coche antes de ir a trabajar, pues cuando terminase la jornada laboral iba a llevarles al apartamento que habían alquilado. "Nos íbamos de vacaciones ese día. Alberto iba a dejarnos a un apartamento que habíamos alquilado mi hermana y yo para estar con los niños" (Arteta, Iñaki y Galletero, Alfonso, Olvidados, Adhara, 2006).
Alberto subió al vehículo y se disponía a ponerlo en marcha cuando tres miembros de la banda terrorista ETA se colocaron a ambos lados del turismo y le dispararon a bocajarro causándole la muerte en el acto. En el lugar del atentado se recogieron dos casquillos de bala calibre 9 milímetros especial parabellum, marcas FN y SF. Inmediatamente después, los etarras emprendieron la huida en un Seat Ritmo que había sido robado a punta de pistola media hora antes de materializar el atentado en Larrabasterra, situada a unos cinco kilómetros del lugar donde fue tiroteado Alberto. Su propietario fue encontrado maniatado y amordazado en la localidad de Berango, cercana a Larrabasterra.
Minutos después, el encargado de una tienda llamó al timbre del domicilio familiar para avisar de que "había pasado algo". La mujer y los hijos salieron corriendo y al llegar se encontraron a Alberto muerto. "Mis hijas estuvieron allí, con su padre muerto, hasta el levantamiento del cadáver. Llamé a los trinitarios, vinieron a darle la extremaunción, levantaron el cadáver, lo pusieron en la calle, mis hijas se arrodillaron, lo besaron en plena calle y hasta el funeral" (Arteta, Iñaki y Galletero, Alfonso, Olvidados, Adhara, 2006).
Una hora después del asesinato, el cuerpo de Alberto López-Jaureguízar fue trasladado en una ambulancia al depósito de cadáveres de la Residencia Sanitaria de Cruces de Baracaldo. Presentaba dos orificios de entrada de bala por la espalda y salida a la altura del tórax.
Su viuda comentó que su marido no había sufrido ningún tipo de amenazas, ni había sido extorsionado por la banda, y resaltó la modesta situación económica de su familia, "de la que da idea el hecho de que el coche que llevaba mi marido lo compramos hace unos dieciocho años". "Llevábamos una vida familiar tranquila y ordenada. Desde hace dos años no salíamos al cine ni a ninguna cafetería, no por miedo ni por ninguna otra razón parecida, sino simplemente porque llevábamos una vida sencilla", añadió desde su domicilio de Algorta, donde la familia esperaba reunida a que llegase la hija mayor, que se encontraba en Galicia disfrutando de unas vacaciones después de haber superado con éxito el primer curso de BUP. El funeral por Alberto López-Jaureguízar se celebró al día siguiente en la parroquia de San Nicolás de Bari de Algorta.
El Partido Comunista de Euskadi y los trabajadores de Tabacalera en Vizcaya expresaron públicamente su repulsa por el asesinato de Alberto López-Jaureguízar. "Era un modelo de persona, y su política era el orden y la justicia", señalaron. Al mismo tiempo, Jorge Verstrynge, secretario general de AP, manifestó que con esta muerte "ya pasan de treinta, entre afiliados y simpatizantes, los mártires, hombres y mujeres, con los que AP ha contribuido, con lo que más se puede dar, la vida, para la causa de la unidad de España, de los derechos del hombre y de un regionalismo sano y bien entendido".
Alberto López-Jaureguízar Poncela, de 42 años, era natural de Bilbao. Estaba casado con María Victoria Vidaur y tenía cuatro hijos (tres chicas y un chico) de edades comprendidas entre los 16 y los 6 años. Vivía con su familia en Algorta y, desde veinticinco años antes del atentado trabajaba para Tabacalera, primero de simple empleado y después como apoderado en Bilbao. Apenas dos semanas antes del asesinato se había afiliado a Alianza Popular.
Alberto fue testigo presencial de un atentado en Bilbao y esa circunstancia lo marcó. "Fueron años muy duros, años sangrientos, de cien muertos al año, de amenazas de bomba que nos tenían todos los días con el alma en vilo. Años en los que sentimos una gran soledad en nuestras vidas, porque veíamos cómo el nacionalismo se iba apoderando de las calles, del pensamiento y de los símbolos de todos los vascos" contó María Victoria en Olvidados.
Empezó a ir a funerales y cuando mataban a un policía ponía en su casa la bandera española con el crespón negro: "Yo creo que fue aquella bandera española con el crespón, más aún que la propia política, lo que le costó la vida", dijo su viuda. Quince días después del asesinato, la familia de Alberto abandonó el País Vasco y se instaló en Alicante: "Con una tristeza y una sensación de soledad enorme, me vine a Alicante. Mis hijos eran muy pequeños y pensé que se adaptarían mejor, pero las secuelas les fueron saliendo después" (Arteta, Iñaki y Galletero, Alfonso, Olvidados Adhara, 2006).
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Es fundamental recordar y honrar a todas las personas que perdieron la vida o resultaron afectadas por los actos violentos perpetrados por ETA. Cada una de estas víctimas merece nuestro respeto y solidaridad.