El 5 de abril de 1979 la explosión de una bomba en la cafetería El Mohicano de Pamplona acabó con la vida de su propietario, PEDRO FERNÁNDEZ SERRANO. Era la única persona que se encontraba en ese momento en el establecimiento.
El Mohicano, situado frente al Gobierno Civil de Navarra, donde estaba instalada la Jefatura Superior de Policía, era frecuentado por policías y guardias civiles. El explosivo, un artefacto de goma-2 conectado a un dispositivo de relojería, había sido colocado en el depósito de agua de los servicios de caballeros del bar a las 21:00 horas por varios terroristas, programado para que explotase dos horas más tarde. En torno a las 23:00 horas se produjo la explosión que provocó la muerte de Pedro. El dueño del establecimiento se encontraba en ese momento entre el comedor y los servicios.
Su mujer, Raquel Martínez, también trabajaba en el establecimiento, pero como todos los días a esas horas había subido a la vivienda para dar la cena a sus hijos. El domicilio familiar se encontraba en el cuarto piso del mismo edificio donde estaba la cafetería. Raquel Martínez recuerda que, después de acostar a los pequeños, se sentó a hacer ganchillo, a la espera de que subiese su marido. Hubo un momento en el que se levantó para coger algo, y fue entonces cuando se produjo la explosión. "La bomba me levantó hacia arriba", cuenta de aquel momento. "Me eché las manos a la cabeza y exclamé en voz alta: ‘¡Dios mío, mi marido!’. Bajé corriendo y entré al local, pero ya estaban allí algunos policías procedentes del Gobierno Civil. Oí que uno de ellos decía: ‘Coged a Raquel, coged a Raquel’. No querían que viese el cuerpo de Pedro".
Pedro Fernández Serrano tenía 35 años y era natural de Salamanca. Estaba casado con Raquel Martínez y tenía dos hijos de tres y cuatro años. Había recibido amenazas anteriormente en nombre de ETA precisamente por atender a la clientela de su local, muy frecuentado por policías, guardias civiles y funcionarios del Gobierno Civil.
Desde que asesinaron a su marido la vida de Raquel, una viuda de 28 años, se centró en sacar adelante a sus hijos, su única "obsesión". Un año después del atentado le dieron un estanco y, sin ninguna experiencia previa, se colocó al otro lado del mostrador. Le atracaron varias veces, y en tres ocasiones llegaron a ponerle una navaja en el cuello, pero superó ésas y otras muchas adversidades pensando en los dos pequeños que dependían para todo de ella. No quería para ellos grandes carreras, sólo que fuesen trabajadores y buenos. Y así ha sido. Raquel y sus hijos afrontaron su situación en una soledad casi total, sin el menor apoyo institucional o social, sin ayudas, sin becas, sin nada.
Muchos años después, entraron en contacto con la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Las primeras reuniones a las que acudió le confortaron mucho, ya que por primera vez pudo hablar de su historia con personas que se hacían cargo de su situación.
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Es fundamental recordar y honrar a todas las personas que perdieron la vida o resultaron afectadas por los actos violentos perpetrados por ETA. Cada una de estas víctimas merece nuestro respeto y solidaridad.