En el atentado resultó gravemente herido el policía municipal que lo escoltaba, Francisco Ruiz Sánchez, al ser alcanzado por once impactos de bala. En el lugar del atentado se hallaron 40 casquillos de bala. Otro guardia del dispositivo de seguridad, Gerardo García Romero, que conducía el Jeep con el que iban a escoltar al alcalde, saltó del coche al oír los disparos e intentó repeler el ataque, aunque no pudo alcanzar a los terroristas.
El alcalde salió de su casa para coger su coche, guardado en una imprenta cercana -cuya propiedad compartía con su hermano-, con el que iba a trasladarse a su trabajo en la Caja de Ahorros Municipal de Bilbao. Se dirigió caminando junto a Francisco Ruiz siguiendo el mismo itinerario que hacía siempre, la avenida Juan Bautista Uriarte, hacia la imprenta que se encontraba a unos 350 metros del domicilio.
En la esquina de la calle Reyes Católicos con Juan Bautista Uriarte se encontraba apostado uno de los cuatro terroristas. Otros dos se encontraban junto a un coche que tenían detenido con el motor en marcha, y un cuarto miembro estaba en el lado de la calle por el que irían andando el alcalde y su escolta, en la esquina de la calle Miguel de Unamuno con Juan Bautista Uriarte.
El primer terrorista hizo una seña a los pistoleros que se encontraban enfrente en el momento en que el alcalde salió del portal. Cuando Víctor y su escolta llegaron a la esquina de la avenida, les dispararon dos ráfagas de metralleta, que les alcanzó a ambos. Pudieron correr calle abajo unos ocho o diez metros, aunque inmediatamente salió de la otra esquina el cuarto terrorista, que les disparó con su pistola alcanzándoles de nuevo. Ambos cayeron sobre la acera: Víctor muerto, con el pecho acribillado, y Francisco gravísimamente herido, con impactos de bala por todo el cuerpo.
Francisco fue intervenido quirúrgicamente durante varias horas. Tenía once impactos de bala en el abdomen, el bajo vientre y ambas piernas, con pronóstico de extrema gravedad. Francisco Ruiz Sánchez había nacido el 31 de enero de 1948 en Valdepeñas (Ciudad Real). En el momento del atentado tenía 26 años. Ingresó en el Cuerpo de la Policía Municipal de Galdácano en marzo de 1972, procedente de idéntico cuerpo de Zarátamo. Estaba casado con María Luisa Araujo y tenía 4 hijos de 9 meses, dos, seis y siete años.
Víctor Legorburu llevaba tiempo pensando en dejar la alcaldía. Dos años antes del atentado que acabó con su vida había sufrido un ataque de la banda terrorista contra su negocio. Además, tres meses antes ETA había lanzado un ultimátum para que dimitieran de sus cargos todos los alcaldes. El 9 de febrero, día en que vencía el ultimátum, Víctor fue asesinado.
Su hijo Víctor, que cuando se produjo el atentado estudiaba en Madrid, igual que su hermana, contó en 2006 su historia por primera vez en Olvidados, el libro de Iñaki Arteta y Alfonso Galletero (Adhara, 2006):
Yo no he hablado de esto ni con los amigos más íntimos. Siempre he evitado hablar de mi dolor. El asesinato de mi padre lo he tenido muy dentro, pero hoy es el día que más voy a hablar de ello, voy a contar cosas que jamás he contado. Hoy me he dicho: "voy a poner mi 'granito de arena' para paliar este silencio en el que nos hemos visto envueltos. Es lo único que puedo hacer.
Mi padre era una persona terriblemente honrada, era sincero, no era ni había sido nunca una persona política, se entregaba al servicio de los demás y era muy fiel a sus principios. Precisamente eso le costó la vida (...) Entonces diréis: ¿cuál es la causa? ¿por qué lo mataron? Lo mataron por una cosa muy sencilla: porque mi padre creía -al igual que todos los vascos durante muchos siglos han creído- que los vascos, por ser vascos, eran españoles. Los vascos nunca lo habían puesto en duda y mi padre tampoco. Bueno, pues por eso lo mataron, así de sencillo.
Para mi madre aquello fue el final de su vida. La falta de su marido, y cómo se produjo esta falta, convirtió su vida en un infierno hasta que falleció el 23 de abril de 2004. Pero para nosotros siempre fue un ejemplo de dignidad porque siempre sacó ánimo para tirar hacia delante".
El respaldo social que se encontraba en aquellos tiempos era nulo, totalmente nulo. La reacción de la sociedad, cuando se trataba de un civil, era decir "algo habría hecho" (...) Si era una persona de uniforme, un guardia civil, etc, bueno, pues ya se sabe a qué se exponen, para eso están, se decía, para que les disparen, no están para otra cosa. Ese era el ambiente.Así llegó la amnistía de 1977, amnistía que quiso ser como un 'borrón y cuenta nueva', un paso más hacia la libertad y la democracia. Esa amnistía supuso que 65 asesinatos de ETA quedaran totalmente impunes, o sea, como que no habían ocurrido, lo cual para las víctimas es algo terrible. Y efectivamente no fue solución definitiva.
La razón tiene que triunfar y vamos a seguir luchando por ser optimistas, por tener libertad, justicia, paz, pero también para que se sepa cómo han sido las cosas. Yo reivindico la dignidad de mi padre como otros reivindican la dignidad de su hijo, de su hermano, de su marido, de su mujer. Y la memoria. La memoria es imprescindible.
Mi padre me enseñó que había que construir en positivo así que yo no he alimentado el odio en mí mismo, ni tampoco en mis hijos. El odio es lo peor para uno mismo, porque te consume. Ya sólo falta que encima de hacerte lo que te hacen te dediques a odiar toda la vida. Eso habría sido una victoria todavía superior para ellos.
Los autores de este asesinato, así como el de Julián Galarza Ayastuy cometido al día siguiente, fueron José Miguel Retolaza Urbina, alias Ereki, e Isidro María Garalde, alias Mamarru.
Víctor Legorburu Ibarreche tenía 63 años, era natural de Galdácano, y era alcalde de la localidad desde 1966. Estaba casado y tenía dos hijos de 20 y 22 años (María José y Víctor).
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Es fundamental recordar y honrar a todas las personas que perdieron la vida o resultaron afectadas por los actos violentos perpetrados por ETA. Cada una de estas víctimas merece nuestro respeto y solidaridad.